Instalación – El final de las apariencias

Info

  • Obra realizada entre el 2008 y el 2010.
  • Pintura seca, resina, fibra de vídrio y alquitrán.
  • Fotografías de Núria Pla

En el año 2005

Después de un largo período de estudio dibujando y pintando espacios concretos, comencé a cuestionarme la necesidad de la representación.

En un entorno en el que la imagen lo invade todo, necesitaba encontrar fórmulas que escaparan al tradicional modo de mirar la naturaleza como un modelo y la convirtieran más bien en un territorio para la experimentación.

Comencé a alterar la manera de representar el espacio y también los propios objetos para volverlos más abstractos e independientes. En esa época pinté “La noche de los animales eléctricos” (en la Colección Copisa), una composición en la que un conjunto de muebles y objetos tecnológicos en un espacio indeterminado aparecen bañados por una luz eléctrica, que les otorga algo así como una pulsión de la que emanan símbolos y letras.

Yo había intervenido en algunos objetos de esa instalación para dar unidad a la composición, saltándome la norma de no transformar lo natural para no quebrar la magia de la realidad, que hasta entonces había respetado.

Anteriormente, muchos de mis amigos habían insistido en lo acertado de mostrar las instalaciones que creaba en el estudio para luego pintarlas del natural, sin que hasta el momento me hubiese decidido a hacerlo. Mientras tanto, al trabajar con las composiciones de distintas materias, habia encontrado una forma peculiar de manipular la pintura para obtener un acabado lustroso y sorprendente. Decidí que si aquella pintura podía emplearse en dos dimensiones también podría hacerse en tres y convertirla en algo así como una pintura que se hubiera independizado de su soporte.

Comencé a hacer pruebas para crear objetos con la idea de que tuvieran un aspecto frágil y quebradizo que los alejara de la consistencia y rotundidad de las esculturas de bronce, pero que fueran capaces de mantenerse en pie. Estuve meses trabajando en mi pequeño estudio y bajando cada semana enormes bolsas de basura cargadas de pruebas fallidas. Al cabo de seis meses de no hacer otra cosa que fracasar, creí encontrar la solución; una materia lustrosa y con acabado pulido, cuya aplicación recordaba la técnica de los antiguos dorados al bol, con la que construir una instalación que, esta vez sí, pudiera ser mostrada.

El final de las apariencias

La instalación “El final de las apariencias” está formada por nueve esculturas de muebles y objetos a escala 1/1 que se combinan en una unidad.

Todos los elementos están diseminados formando una sola escena. Sin embargo, pueden ser agrupados creando diferentes diálogos entre ellos o separados en dos o más grupos.

El conjunto no está concebido como un mero escenario, sino más bien como auténticas esculturas exentas que pueden ser contempladas desde todos los ángulos, permitiendo al observador circular entre ellas.

La instalación se completa con los muros de letras, grandes superficies de 2,80 m de alto que constituyen una pared maciza pero llena de grietas, desde donde se derrama una sustancia brillante y negruzca. La presencia de los muros produce en la atmósfera un efecto de gran densidad, por ello no están concebidos para cubrir la totalidad de las paredes, sino solamente algunas partes.

Cada una de las piezas funciona como un contenedor, un contenedor aparentemente precioso, pero que, a su vez, presenta numerosas desviaciones e irregularidades, grietas y partes semidestruidas de las que aflora una materia negra, de aspecto untuoso, que amenaza la aparente solidez de su estructura geométrica.

Una vaga sensación de intemporalidad planea sobre este grupo de objetos que mezcla muy diferentes estilos, impidiendo que nos remitan a un tiempo concreto. El juego de contrarios entre el brillo del oro y lo oscuro del alquitrán que los destruye, entre la rigidez geométrica de las formas y el carácter fluido y grumoso de la materia oscura, entre la presencia de lo cotidiano y la evocación de lo transcendente, parece remitirnos a la paradoja del tiempo.

Podríamos decir que la tensión que todos estos aspectos desprenden está concebida para mostrar, desde una perspectiva actual, la experiencia del tiempo.

La fascinación por detener el tiempo, ambición atávica de todo aquel que se adentra en el estudio de la forma, planea una vez más sobre el conjunto y enfrenta el sentimiento contemporáneo del espanto del tiempo. Esta noción, la del espanto del tiempo, surge al final como una revelación, como el contenedor de todas las ansiedades y procesos mentales, como la síntesis de un enigma que no podemos transmitir ni tampoco callar.